Salchichas infernales

Es sabido que una de las industrias más sórdidas, sino tóxicas, es la cárnica. Producir
carne no sólo tiene un enorme costo en términos de huella ecológica e hídrica -peor
aún en plena crisis global por el cambio climático- sino también constituye un atentado
contra el bienestar de los animales.
Sin duda, una de las víctimas preferidas de esta industria son los cerdos y,
especialmente, las cerdas en gestación y en maternidad. Cierta lógica elemental
permitiría suponer que mientras las cerdas atraviesan estos sensibles periodos la
industria sería algo más benevolente con ellas, pero -en realidad- ocurre todo lo
contrario.
El trato que se les da a las cerdas mientras están preñadas, así como cuando recién
tienen a sus cerditos bebés, es aún más brutal y violento, toda vez que son encerradas
en diminutas jaulas, cuyos barrotes las inmovilizan -literalmente- quedando así
imposibilitadas de realizar cualquier movimiento natural.
Evidentemente, la industria porcina diseña especialmente estas jaulas de manera que
sus cuerpos apenas entren en ellas, asegurándose así de no sólo frustrar cualquier
comportamiento propio de esa especie, como hurgar, acicalarse, correr, jugar o
siquiera girar, sino que también evitan todo movimiento corporal que demande
energía calórica.
De este modo los industriales porcinos se ahorran alimento o forraje para cerdas ya
que a menor movimiento, menos quema de energía y por ende se reduce la necesidad
de comida. Así obtienen sus ganancias, a costa de inmovilizar durante meses a los
propios animales que explotan y luego matan cuando dejan de serles productivos.
En esta condición de enjaulamiento o -en realidad- de inmovilización, son mantenidas
durante un promedio de 4 meses (o 16 semanas) por cada ciclo de gestación (al menos
2 ciclos por año), lo que equivale a la mayor parte de sus vidas, pues la industria
intensiva las insemina una y otra vez, y cada vez con mayor frecuencia.
No hace falta ser un iluminado para comprender que estas jaulas de gestación y de
maternidad afectan gravemente la salud física y psicológica de las cerdas que son
encerradas allí, a la vez que les impide cualquier interacción con sus pares -a pesar que
son animales altamente sociables- e incluso todo contacto con sus propias crías.
De hecho, está estudiado y documentado que al estar las cerdas postradas en un
espacio diminuto sin poder realizar actividad física alguna, padecen dolencias, así
como problemas óseos y también hepáticos.
Tal como lo reconoció un industrial porcino inglés durante una entrevista en
Hampshire hace ya algunos años, ¨durante el tiempo en que todas nuestras cerdas
preñadas estuvieron encerradas, sufrimos pérdidas considerables debido a abrasiones,
nudo estomacal, cojeras, llagas y problemas de cadera (…) ¨.

Como orienta la máxima jurídica ¨a confesión de parte, relevo de prueba¨. Es evidente –
fuera de toda duda razonable- que este método de enjaular cerdas gestantes y en
maternidad incumple con los requerimientos fisiológicos y conductuales más
elementales, a la vez que no permiten cumplir con el deber -ético y legal- de asegurar
su estado de bienestar.
A estos problemas de salud, se debe sumar el evidente estrés, aburrimiento,
frustración y miedo que padecen las cerdas mientras yacen enjauladas en estas etapas,
lo cual produce comportamientos anormales o estereotípicos, como morder incluso las
duras barras metálicas de las jaulas, masticar compulsivamente al vacío y girar la
cabeza continuamente, además de constantes gruñidos y fuertes quejidos.
De hecho, se tiene estudios sobre el comportamiento de las cerdas enjauladas -como
el de G. Cronin al doctorarse en la Universidad de Wageningen- cuya descripción al
observar el enjaulamiento de cerdas fue así: ¨Las cerdas se tiraban violentamente
hacia atrás tensando la cadena. Daban cabezazos mientras se retorcían y daban
vueltas luchando por liberarse. A menudo emitían fuertes gritos y, de cuando en
cuando, algunas se chocaban con las paredes laterales de los establos (…) provocando
que colapsarán en el piso¨.
Ante la patológica falta de compasión y burda crueldad que el confinamiento en jaulas
para cerdas gestantes y en lactancia supone, desde hace varios años crece la tendencia
global -tanto de consumidores, productores, empresas y gobiernos- de proscribir este
perverso sistema productivo basado en jaulas.
Un hito que ha marcado un antes y un después al respecto fue la noble determinación
de la Unión Europea que -en el 2008- aprobó la Directiva 2008/120/CE 1 , prohibiendo
las jaulas de gestación para los casi 30 países que integran el bloque. Dicha regulación
entró en vigencia en el 2013, año desde el cual todas las cerdas deben mantenerse
libres o sueltas y en grupos, durante toda la gestación.
Igualmente, el confinamiento de cerdas gestantes en jaulas ya ha sido eliminado
legalmente en otros países como Nueva Zelanda (2015), Canadá (2024) y países como
Sudáfrica y nuestro vecino Brasil están debatiendo prohibiciones para el 2020 y 2026,
respectivamente.
Otro hito radica en los consensos científicos que se han dado en la última década
reconociendo tanto la sintiencia como la conciencia que poseen los animales
(Declaración de Cambridge del 2012) y la implicancia de estas constataciones en el
modo como los tratamos y explotamos masivamente (Declaración de Montreal del
2022).
Mediante esta última, más de 500 académicos de 40 países, expertos en filosofía moral
y bioética, suscribieron la llamada ¨Declaración de Montreal sobre la Explotación de
los Animales¨, en la que coincidieron en la ¨necesidad de una transformación
1 Revisar la directive en este enlace: https://eur-lex.europa.eu/legal-content/ES/TXT/?uri=celex%3A32008L0120

fundamental de nuestra relación con los animales¨, a la vez que condenaron las
¨prácticas que implican tratar a los animales como objetos o mercancías¨.
La Declaración de Montreal proclamó que ¨en etología y neurobiología está bien
establecido que los mamíferos (…) son sintientes, es decir, capaces de sentir placer,
dolor y emociones¨, de modo que tendrían –al menos- ciertos intereses, y que si
consideramos que nuestras acciones ¨afectan su bienestar y pueden beneficiarles o
perjudicarles¨ debemos reparar en nuestra conducta moral y abstenernos de causarles
daños innecesarios y explotarlos injusta, violenta o cruelmente.
En consecuencia, prácticas industriales como inmovilizar a cerdas durante meses en
esas jaulas infames ya no tienen cabida en las sociedades decentes y conscientes de
estas implicancias. Es sólo cuestión de tiempo para que el Perú se alinie con el resto de
países que ya han proscrito estas jaulas, al tiempo que exijen la obligatoriedad para los
productores de respetar, al menos, la libertad de movimiento de estos animales
sintientes.

Compartir esta publicación